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30 may 2013

Santa Juana de Arco

Para la Unidad Feliz Día!!! Les dejo la historia de Santa Juana de Arco!!!
Juana de Arco (6 de enero de 1412 – 30 de mayo de1431), también conocida como la Doncella de Orléans (o, en francésla Pucelle), es una heroína, militar y santa francesa. Su festividad se conmemora el día del aniversario de su muerte, como es tradición en la Iglesia católica, el 30 de mayo.
Nacida en Domrémy, un pequeño poblado situado en el departamento de los Vosgos en la región de laLorena, Francia, ya con 17 años encabezó el ejército real francés. Convenció al rey Carlos VII de que expulsara a los ingleses de Francia, y éste le dio autoridad sobre su ejército en el Sitio de Orleans, labatalla de Patay y otros enfrentamientos en 1429 y 1430. Estas campañas revitalizaron la facción de Carlos VII durante la Guerra de los Cien Años y permitieron la coronación del monarca.
Como recompensa, el rey eximió a Domrémy del impuesto anual a la corona. Esta ley se mantuvo en vigor hasta hace aproximadamente cien años. Posteriormente fue capturada por los borgoñones y entregada a los ingleses. Los clérigos la condenaron porherejía y el duque Juan de Bedford la quemó viva en Ruan. La mayoría de los datos sobre su vida se basan en las actas de aquel proceso pero, en cierta forma, están desprovistos de crédito, pues, según diversos testigos presenciales del juicio, fueron sometidos a multitud de correcciones por orden del obispo Cauchon, así como a la introducción de datos falsos. Entre estos testigos estaba el escribano oficial, designado sólo por Cauchon, quien afirma que en ocasiones había secretarios escondidos detrás de las cortinas de la sala esperando instrucciones para borrar o agregar datos a las actas.
Veinticinco años después de su condena, el Rey Carlos VII instigó a la Iglesia a que revisara aquel juicio inquisitorial, dictaminando el Papa Nicolás V la inconveniencia de su re-apertura en aquellos momentos, debido a los recientes éxitos militares de Francia sobre Inglaterra y a la posibilidad de que los ingleses lo tomaran, en aquellos delicados momentos, como una afrenta por parte de Roma. Por otro lado, la familia de Juana también reunió las pruebas necesarias para la revisión del juicio y se las envió al Papa, pero éste se negó definitivamente a reabrir el proceso.
A la muerte de Nicolás V, fue elegido papa el español Calixto III (Alfonso de Borja) el 8 de abril de 1456, y fue él quien dispuso que se reabriera el proceso. La inocencia de Juana fue reconocida ese mismo año en un proceso donde hubo numerosos testimonios y se declaró herejes a los jueces que la habían condenado. Finalmente, ya en el siglo XX, en 1909 fue beatificada y posteriormente declarada santa en 1920 por el Papa Benedicto XV. Ese mismo año fue declarada como la santa patrona de Francia.
Su fama se extendió inmediatamente después de su muerte: fue venerada por la Liga Católica en el siglo XVI y adoptada como símbolo cultural por los círculos patrióticos franceses desde el siglo XIX. Fue igualmente una inspiración para las fuerzas aliadas durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
Popularmente, Juana de Arco es contemplada por muchas personas como una mujer notable: valiente, vigorosa y con una gran fe. Hoy en día es objeto de especial interés en la República de Irlanda, Canadá, Reino Unido y los Estados Unidos. En el movimiento del escultismo es la santa patrona de las guías.

los últimos días de Juana 

Las cosas se acelerarían a partir del 23 de mayo. Juana recibió la enésima amonestación de parte de Pierre Cauchon, acompañado por el vice-inquisidor y diversos miembros más, en una cámara del Castillo de Ruan donde pretendían que Juana claudicara. Además sirvió como una advertencia de la muerte cercana que le esperaba. Le pidieron que aceptara el veredicto de la Universidad de París y de los jueces por el bien de ella, pero esta se rehusó alegando que no tenía nada más que decir. «…si yo estuviera en el fuego, incluso seguiría sin decir nada más, y querría mantener todo lo que he dicho en el proceso hasta la muerte. No tengo nada más que decir».
Estas serían las jornadas en las que puede que los jueces eclesiásticos se mostraran más de acuerdo con su fe, es decir, un poco más caritativos y le advirtieron con toda sinceridad que por una vez les hiciera caso si no quería acabar entre las brasas. Esta fue la amonestación suavizada, después de leerle los escritos que habían redactado la gente de la Universidad de París, con gran violencia. Finalmente, aquel día se hizo una convocatoria que tendría lugar el día siguiente al lado del cementerio de Saint Ouen; se trataba de una sesión pública.
Un día después, el 24 de mayo, Juana fue trasladada cerca de la abadía de Saint Ouen, al cementerio que había al lado. Loisileur, uno de los que había apostado fuerte por su tortura, se mostró esta vez también bastante caritativo y cuando llegaron le hizo el siguiente comentario «Juana, créeme, si quieres tu vida se puede salvar. Toma este vestido de mujer y haz todo aquello que se te diga; de otro modo estás en peligro de muerte» después de estas súplicas, y mientras los ingleses se frotaban las manos habiendo conseguido reunir una masa de gente; todos escucharon el pequeño sermón por parte Guillaume Erard, que leyó unos pasajes de Juan, concretamente los 15:6. Seguidamente comenzó a blasfemar contra el rey de Francia, Carlos VII, dirigiéndose directamente a Juana, que después de ver cómo el hombre repetía una y otra vez las críticas con soberbia apuntándola con el dedo, no se mordió la lengua y respondió interrumpiéndolo: «No habléis de mi rey. Te reto a decir y jurar, en mi vida, que él es el más noble de todos los cristianos, quien mejor estima la fe y la Iglesia, y no es como tú dices»
En aquel momento, Juana había cortado el sermón de Erard, que quedó atónito y se puso nervioso. Juana hizo otra referencia a Dios, que era por qué lo hacía todo pasando por el Papa de Roma. Acto seguido, Pierre Cauchon se dispuso a leer la sentencia, en la que le declaraban hereje y la excomulgaban a la vez que la enviaban a la justicia secular. Un hecho que no ha de extrañar, ya que la iglesia difícilmente cometía los delitos de sangre fruto de las Inquisiciones directamente. Antes enviaban a los presos a la justicia secular, como en este caso.
Pero Massieu se levantó, y delante de la presencia de los ingleses, se acercó a Juana y le suplicó que firmara unos papeles, teóricamente la sentencia de abjuración. Ella no sabía qué era eso que le pedían, pero la urgencia corría y firmó con una cruz en un círculo, según se cree. El documento no ha quedado para la posteridad y las informaciones son controvertidas. Al principio se creyó que fue un documento de decenas de líneas, pero más tarde, Massieu diría que iba de seis a ocho líneas. En cualquier caso, Juana había salvado su vida por el momento aunque renunciando a todas sus creencias, según había firmado, y así, además, aceptaba vestirse otra vez de mujer. Una de las teorías que podrían barajarse es que en la transcripción del juicio Cauchon hubiera cambiado la sentencia de abjuración larga por la corta. De todos modos, Juana acabaría siendo llevada hacia la celda otra vez. Pero antes Cauchon tendría un enfrentamiento con los ingleses a quienes no les gustó nada aquel último gesto de los clérigos, y acusaron a Cauchon de favorecer a Juana mientras él lo negaba. Llegaron a decirle: «El rey ha malgastado el dinero en ti». Warwick le dice a Cauchon que puede llegar a ser contraproducente para los ingleses este suceso, ya que ella ahora podría escaparse. Pero rápidamente alguien le comenta: «Señor mío, no os preocupéis, la volveremos a capturar». Naturalmente nadie quedó demasiado contento con lo que había sucedido aquel día. Los ingleses no habían obtenido el golpe definitivo que buscaban y mientras la Iglesia sabía que había abierto una puerta a la clemencia. Al saber lo que había firmado, Juana tampoco quedaría nada contenta, ya que no podría soportar el peso de haber negado todo aquello en que siempre había creído y que le había movido a viajar por toda Francia.
Pero el día 28 de mayo, Juana apareció otra vez vestida con ropa de hombre, la que llevaba antes de volverse a poner la de mujer. Este hecho se cree que es debido a que fue forzada a ponérsela a causa de los ingleses, que habrían entrado en su celda; la habrían desnudado antes de mediodía según Massieu y le habrían dejado la ropa de hombre al lado, con lo cual no pudo hacer más que ponérsela. Rápidamente alguien llamó a los jueces, y estos pudieron comprobar visualmente el hecho. Remitiéndonos a lo que ella dijo, alegó que había reprendido el hábito de hombre, porque lo prefería y que lo había hecho por propia voluntad. Dijo que prefería morir antes que continuar así, mas reafirmó que lo habían dicho sus voces y su misión; Santa Catalina y Santa Margarita. Ella realmente sería condenada si negaba estas revelaciones.
Condenada por reincidencia, no hubo más que hacer; se dice que después de que Cauchon comprobara de primera mano que Juana se había sentenciado cambiándose nuevamente de ropa, al bajar de la torre, dejó caer una frase a un Warwick triunfante: «Farewell [adiós], alegraos, ya está hecho». Implicando así a Warwick en la trama que habían urdido los ingleses para provocar la sentencia definitiva. Juana había sido sorprendida con ropa corta, una capa y otras piezas masculinas. Un día después, el 29 de mayo, llegaría a la capilla del Arzobispo en Ruan, la última deliberación.
Como declaraciones más destacadas, N. De Vendères la condenó por hereje a la justicia secular; rogando que esta la tratara más dulcemente de lo que se merecía. Gilles, abad de Fécamp, la acusó de reincidente, de recaída, de hereje y también apeló por el buen trato a la justicia secular. J. Pinchon simplemente dijo que era reincidente y que el resto era cosa de los teólogos.

Muerte 

Juana será escoltada esposada hacia una plaza llena de gente. Unas diez mil personas más mil soldados ingleses, todos expectantes, a las nueve de la mañana de aquel día. Iba vestida de blanco y llevaba algunos detalles en recuerdo de Jesús. En el centro había una hoguera montada: una plataforma con una estaca en el medio a la cual sería atada, con un montón de ramitas de madera para poder calar fuego a sus pies. Delante de ésta había una mesa con una inscripción en la que se decía que Juana, la que a sí misma se hacía llamar la Pucelle, había cometido una serie de delitos y de pecados.Place du Vieux Marché (Plaza del Viejo Mercado), Ruan, 30 de mayo de 1431. Previamente, Juana había sido escuchada en confesión por Jean Totmouille y Martin Ladvenu y le habían administrado los sacramentos de la Comunión. Juana hizo una pequeña declaración que se puede interpretar de modo que ella podía haber sido violada o como mínimo agredida físicamente el día 27, cuando la desnudaron para que no tuviera más remedio que vestirse como un hombre. Ladvenu (que después declararía que Juana había muerto injustamente a su parecer) le acababa de decir que sería ejecutada en la hoguera, ella comenzó a jalarse el cabello duramente, totalmente desesperada. Al poco rato, entró en la cámara Cauchon. Juana, desesperada, arremetió contra él con duras palabras «Yo muero a través tuyo». Pero él respondió que su muerte estaba en sus propias manos. Pero con habilidad (aún estando destrozada y terriblemente desesperada) apeló a que si la hubiera aprisionado en una prisión eclesiástica como ella reclamó, con gente competente, no habría pasado nada. Entonces apareció en la cámara el hermano Pierre Maurice al que Juana se dirigió en busca de consuelo, pidiéndole donde estaría aquella misma noche. Él le preguntó si aún creía en Dios, y entonces ella afirmó que con la buena voluntad de Dios, aquella noche ya estaría en el paraíso: «Sí, con la ayuda de Dios, estaré en el paraíso», tal como le habían prometido -supuestamente- los ángeles el 1 de marzo. De este modo, la joven doncella de no más de 19 años perdió el miedo y se preparó para el reto definitivo.
Mientras se acababa de preparar la plataforma, Nicholas Midi (el autor de los doce artículos de la acusación) comenzó a leer un sermón al que Juana guardó silencio. Éste acabó con la siguiente frase: «Juana, ve en paz, la Iglesia ya no te puede proteger más y te libra a las manos del brazo secular». Juana, en aquel momento arrodillada, realizó unas plegarias a Dios con contrición, penitencia y fervor de fe. Invocó, además de a Dios, a la Virgen María, la Santísima Trinidad y todos los ángeles del paraíso. Asimismo, también invocó el perdón por los males que hubiera podido causar. Estuvo una media hora aproximadamente, según Jean Massieu. Algunos jueces y algunos ingleses incluso lloraron viendo que no era más que una buena chica. Finalmente, un soldado inglés acabó una pequeña cruz con dos palos que ella besó repetidamente.
Le tocó a Massieu acompañarla los últimos metros junto con el hermano Martin. Ella siguió rezando y rogando a San Miguel y a otras criaturas celestiales. En aquel momento, Cauchon dijo que Juana era enviada a la justicia secular, por enésima vez «Como miembro podrido, te hemos desestimado y lanzado de la unidad de la Iglesia y te hemos declarado a la justicia secular». Si bien en aquel momento se podía esperar una sentencia secular; ésta nunca fue pronunciada si es que alguna vez fue elaborada. Juana fue puesta sobre la hoguera y antes de ser quemada, un soldado inglés interrumpió con un grito de fondo gritando «¡Sacerdote! ¿Nos dejarás acabar el trabajo antes de la hora de la cena?». Entonces un alguacil dio la orden de ejecución y el verdugo la llevó a la estaca. Llevaba un papel clavado en la parte superior con las palabras «hereje, reincidente, apóstata, idólatra».
Como último deseo, Juana reclamó que los Sacerdotes alzasen una cruz delante de sus ojos hasta que ella muriese, para que así acabara sus últimos momentos acompañada de Dios. El hermano Isambard de la Pierre fue a buscarla a San Salvador, la iglesia más cerca y volvió bajo las risas de los ingleses, mientras ella invocaba Santa Catalina, Margarita y Miguel. Juana entonces gritó: «Ruan, Ruan, ¿puedes sufrir por ser el lugar de mi muerte?». Pierre subió a la plataforma y alzó la cruz, y ya entre las llamas, ella todavía le pidió que bajara para que no se llevara ningún disgusto, pero siempre con la cruz alzada, para que fuese lo último que ella viera. Así lo hizo y Juana se perdió entre las llamas. Pero todavía pudo gritar la palabra «¡Jesús!» varias veces. Se dice que antes de que muriera la Pucelle, Cauchon se acercó a ella, y Juana gritó: «Yo moriré por su culpa, si yo me hubiese entregado a la iglesia y no a mis enemigos, yo no estaría aquí». Con un fogonazo del verdugo, Juana sería rápidamente reducida a cenizas.
Al secretario del rey de Inglaterra, John Tressart, se le escuchó exclamar «Estamos todos perdidos, porque ha sido quemada una buena y santa persona». Después diría que pensó que ahora su alma quedaría en las manos de Dios. Parece ser, según diversos testimonios como Massieu, que de Juana quedó su corazón, intacto y lleno de sangre. El propio verdugo, Geoffroy Therage muy consternado fue a buscar a Ladvenu e Isambard de la Pierre a una taberna y así lo demostró diciendo que había quemado una santa. Se contó que sus restos se lanzaron al Sena. Algún soldado inglés, también afligido, afirmó haber visto el alma de la joven marchándose del cuerpo, y algún otro afirmó haber visto el reflejo de Jesús, como otros dijeron también haber visto salir una paloma.
Durante estos últimos días de Juana, un compañero de armas de ella llamado Gilles de Rais planeó un ataque con un contingente de mercenarios a Ruan para rescatar a la Doncella. Sin embargo se demoró demasiado y sólo pudo llegar para contemplar sus cenizas. Este hecho dejó consternado a Gilles y se considera la razón principal de sus subsecuentes trastornos (murió en la horca y luego fue quemado en la hoguera, acusado de secuestrar, violar y asesinar al menos a 200 niños y niñas el 26 de octubre de 1440).

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